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sábado, 28 de enero de 2012

Vladimir Horowitz

Vladimir Horowitz nació en la ciudad de Berdichev (Ucrania) en 1903. Comenzó a estudiar a los seis años con su madre. Su padre fue ingeniero electricista. A los 15 años de edad entra al conservatorio de Kiev con la finalidad de convertirse en compositor. Sin embargo hubo una gran personalidad del mundo de la música que le dio un muy acertado consejo: que se dedique de lleno al piano. La persona que dio esta importante sugerencia se dio cuenta de inmediato del enorme talento del joven Vladimir. Pero había que tomar muy en cuenta de quién venía este consejo: se trataba nada menos que de Alexander Scriabin, compositor del cual más adelante, con los años, Horowitz se convertiría en uno de sus más fieles intérpretes.
En el conservatorio estudia con Félix Blumenfeld el cual le da la verdadera formación básica. Luego de ello Horowitz nunca más tuvo maestros. Se gradúa en el conservatorio con los más altos honores luego de lo cual comienza su larga carrera como concertista. Comienza a presentarse en ciudades cercanas a Kiev y luego pasa a Moscú y Leningrado.
A este pianista ucraniano le tocó vivir en su adolescencia momentos tristes y amargos. Cuando tenía 13 años estalla la Revolución Bolchevique. Por pertenecer a una familia “burguesa” y judía su hogar fue saqueado. Vio como los “revolucionarios” tiraban su piano a la calle a través de la ventana. El mismo hizo referencia a estos problemas al manifestar que “soy un producto de la Revolución...soy un producto de la privación....” Por los años veinte del siglo pasado conoce al violinista Nathan Milstein del cual luego fue su gran amigo de toda la vida. Juntos dieron gran cantidad de conciertos por toda la nueva Unión Soviética. Sin embargo en 1925 logra emigrar a occidente, específicamente a Alemania, siendo en este país en donde da su 1° concierto fuera de su nación de origen.
Los primeros registros discográficos datan del año 1928, época que lo encuentra viviendo en París. A instancias del contratista artístico Arthur Judson se traslada a los Estados Unidos. Su debut se produjo el 12 de Enero de 1928 ejecutando el concierto N° 1 de Tchaikovski bajo la batuta de Sir Thomas Beecham. Según se cuenta, los dos primeros movimientos de dicho concierto fueron “manejados” por el director inglés de manera algo “abúlica” y Horowitz se dio cuenta que el público “se le escapaba de sus manos”. Por dicho motivo, al entrar al 3er. movimiento, (“allegro con fuocco”) decidió “caer con todos los honores” y arrancó con todo su potencial. Beecham y la orquesta apenas si lo podían seguir. Al final del concierto Horowitz comentó jocosamente “¡terminamos casi juntos!” Los comentarios especializados en los periódicos fueron muy elogiosos. Olin Downes destacó en el New York Times: “hace años que un pianista no ha desatado semejante furor en el público en esta ciudad”. En el año 1933 en ocasión de dar varios conciertos bajo la batuta de Arturo Toscanini es que conoce a su hija Wanda. En Diciembre de ese año contraen matrimonio en Milán. En ese entonces el régimen de vida de Horowitz era sumamente desgastante dado que vivía de concierto en concierto lo que lo llevó a serios problemas emocionales. Ello influyó para que se retirara del público durante varios años, hasta 1939.
En cierto modo Horowitz se sintió beneficiado con dicho retiro de los escenarios públicos. Al respecto manifestó en cierta ocasión: “...he llegado a interpretar ciertas obras con tal frecuencia que llegó un momento en que no he podido entenderlas (¿?), y los sonidos que salían del toque de mis dedos ya no llegaban a mis oídos. Creo que durante esas largas vacaciones he podido madurar como artista....en todo caso he estado conciente de haber descubierto las cosas de mejor manera. Ahora he tomado una ventaja que no la hubiera tenido si hubiera continuado trabajando sin descanso en la agotadora carrera que me veía obligaba a cumplir debido a los compromisos”. De todas maneras es necesario aclarar que Horowitz tomó varias veces períodos “sabáticos”, desconectándose de los conciertos.
¿Cómo era Horowitz desde el punto de vista pianístico?
Se podría adjetivar hasta con la expresión de fenomenal. Al sentarse frente al piano para un concierto el público se transformaba y pasaba por estados emocionales muy especiales. Muchos podrían observar que ocurría lo mismo en un concierto de Kempff, Backhaus y aún el mismo Rubinstein. Pero los cambios emocionales que producían los tres últimos apuntaban relativamente hacia una misma dirección y aún con las diferencias que existían entre Rubinstein con respecto a los otros dos alemanes. Esto se destaca debido a que el público se sumergía en un mundo de encanto, hasta de éxtasis emocional y aún religioso. Pero con Horowitz el asunto era diferente. En su caso los asistentes se sentían como sentados sobre un cable de alto voltaje y hasta producía en ellos la sensación y “atracción” de estar viendo una “película de suspenso” o “terror”, que tendría quizás la actuación de figuras tales como Bela Lugosi o Boris Karloff. Era una sensación de “susto”.
La ejecución de sus propios arreglos en obras como “The Stars and Stripes Forever” de John Philip Souza , las “Variaciones sobre un tema de Carmen” de Bizet o la “Marcha Nupcial” de Mendelson, han constituido verdaderos impactos a tal nivel, que el público prácticamente se enloquecía con él. Si bien Horowitz también mostraba aspectos interpretativos de verdadera profundidad, en general al público le interesaba ver más bien la “acrobacia” de su ejecución. En realidad estas obras, y muchas otras más no formaban la “parte central” de sus conciertos dado que eran reservadas únicamente para los “bises”. ¡Y el público estaba atento y a la espera de ello!
Es de hacer notar incluso que la posición de sus manos en el piano no era nada convencional. Las mismas estaban como achatadas sobre el teclado, con los dedos bastante estirados y sin la redondez que sugieren la mayoría de los pedagogos. La excepción era el dedo meñique el cual estaba siempre completamente flexionado o curvado. Sólo se estiraba cuando debía ser utilizado al tocar su correspondiente nota. Muchos se han preguntado en cómo era posible tocar de esa manera tan poco convencional. Pero Horowitz podía hacerlo y ejecutar cualquier cosa de esa forma. Hay que aclarar que este pianista, a diferencia de otros, “sólo” tocaba con las manos, con lo cual se quiere expresar que no existían movimientos adicionales de su cuerpo, apenas algunas en su rostro, pero nada más. El estado emocional de sus ejecuciones pasaba directamente desde su “interior” a los dedos, y ello era suficiente (bastante parecido a Benno Moiseiwitsch). Además de ello la preparación de Horowitz para el día del concierto es muy especial. En ese sentido tenía en muy alto valor el respeto que le debía al público ante el cual se presentaba. Ello se traslucía tanto en su higiene como también su apariencia personal en la sala de conciertos. No aprobaba en absoluto y en este aspecto, la informalidad de algunos de sus colegas. Por dicho motivo este pianista ucraniano – americano se presentaba con el clásico esmoquin (rigurosamente con pantalón gris a rallas) moñito, y camisa blanca.
Si bien en un principio Horowitz tuvo un gran repertorio (antes de salir de la Unión Soviética llegó a dar una seguidilla de 25 conciertos sin repetir dos veces una sola obra), con el paso del tiempo el mismo lo fue reduciendo, llegando a tener como “caballito de batalla” el Concierto N° 3 de Rachmaninov cuando lo hacía con orquesta. Pero también interpretaba las distintas obras de Mozart con gran calidad, elegancia y fineza. A partir de los años ochenta Horowitz tuvo algunos altibajos en sus conciertos, pero los mismos se debieron a problemas de salud por lo cual tuvo que actuar bajo los efectos de distintos medicamentos. En los últimos años de su vida se manifestó en él un gran sentido del humor, e incluso haciendo “blanco” contra su propia persona. Dio conciertos hasta prácticamente el fin de su vida. Vladimir Horowitz falleció en Nueva York el 5 de noviembre de 1989.
También podemos destacar, una serie de excentricidades que tenía a la hora de los conciertos, como por ejemplo:
 Aceptaba dar conciertos solamente a las 4 de la tarde.
Los mismos podían ser solamente en determinadas salas (por ejemplo no aceptaba presentarse en Denver – Colorado por razones de altura geográfica).
No tocaba en Europa dado que los vuelos eran demasiado largos (aunque luego sí lo hizo al final de su vida).
La sala de conciertos elegida debía de estar completamente libre el día anterior así él podía ir a practicar en la misma a la hora que tuviera ganas.
Era altamente exigente en la ubicación del piano en determinado lugar del escenario, en donde a él le parecía que se producía la mejor acústica (por ejemplo en el Carnegie Hall de Nueva York ya había un lugar específico en donde había un tornillo fijo, llamado “tornillo Horowitz”. En ese punto exacto era en donde había que ubicar invariablemente al instrumento).
La sala debía tener una dimensión determinada, como mínimo para 1800 personas, las cuales pagaban sus respectivas entradas mediante sumas elevadas.
Los hoteles en los cuales se alojaba con su esposa Wanda y demás personal, debía tener condiciones parecidas a la de su propia residencia en Nueva York.
Las comidas que se le servían en los hoteles debían ser preparadas exactamente igual como se hacía en su propia casa.
El día de sus conciertos las ventanas de su dormitorio debían “tapiarse” con papel de aluminio para que no entrara la luz y también tener el teléfono desconectado para que no lo molestaran: descansaba hasta el mediodía.
En el año 1978 actuó en el Carnegie Hall por el quincuagésimo aniversario de su debut en los Estados Unidos, pero aceptó solamente dicho compromiso si tocaba el 3° Concierto para piano y orquesta de Rachmaninov y únicamente bajo la batuta del húngaro Eugenio (Jenö) Ormandy.
Polonesa de Chopin 
Impromptum nº 3 de Schubbert
Concierto para piano y orquesta nº 3 de Rachmaninov

martes, 24 de enero de 2012

Wilhelm Kempff


Pianista y compositor nacido en Alemania, Jüterborg, el 25 de noviembre de 1895. Comenzó estudiar el piano a los 3 años de edad y fue muy influenciado por su padre, el cual era organista en una congregación religiosa de la iglesia reformada protestante. En cierta ocasión, tocando delante del pequeño Wilhelm una obra le Beethoven le preguntó: “¿sabes hijo quien ha compuesto esto?, a lo cual este último le contestó: "ha sido el buen Dios".
Los progresos de Wilhelm Kempff fueron de tal magnitud, que a los nueve años tocó delante de Georges Schumann, director de la Academia de Canto de Berlín. Este quedó asombrado por la enorme capacidad de improvisación que tenía el pequeño Wilhelm. De inmediato fue admitido en la Hohschule de esa ciudad convirtiéndose en alumno de Heinrich Barth, el cual lo había sido de Hans von Bülow y Carl Tausig. Incluso en sus comienzos, y como en cierto modo era la moda de la época, el joven Wilhelm se presentaba frente al público a los solos efectos de tocar improvisaciones, las cuales se hacían mediante temas propuestos por los asistentes a la salas de conciertos; indudablemente que se trataba de un verdadero prodigio. Todos aquellos que hemos escuchado en vivo a este gran pianista alemán, nos hemos sentido más bien en un “templo” que en una sala de conciertos. Kempff sabía transmitir un sentido muy profundo, hasta “religioso” a cada una de las obras que interpretaba.
Durante su ejecución, Kempff “desaparecía”, “no existía”. El nivel de lo que este pianista extraía de sus interpretaciones repercutía en que en ese momento solamente existían Beethoven, Brahms o Schubert. Para este artista, aparentemente no era tan importante él mismo como tampoco el público asistente a sus conciertos, sino más bien los compositores que interpretaba: ellos eran los sobresalientes. Sin embargo, y en forma paradójica, la calidad de las obras y el elevado sentido musical que proyectaba constituían probablemente el nexo más fuerte que un intérprete podía llegar a tener con el público. Mozart, Beethoven, Schumann y Brahms afinaban nuestra sensibilidad al escucharlo.
Kempff realizó magistrales conciertos interpretando a Beethoven, del cual grabó más de una vez las 32 sonatas y los 5 conciertos para piano y orquesta. Si bien la personalidad y el elevado dominio técnico de este pianista contribuyó a la excelencia de sus interpretaciones, a ello hay que agregarle también su sólida formación cultural y humanística, puesto que tuvo títulos universitarios en filosofía e historia de la música.
Kempff, al igual que Artur Schnabel, fue considerado un gran beethoveniano, pero su alumna Idil Biret manifestó en cierta ocasión con respecto de su maestro que “...Chopin era un compositor que Kempff adoraba”  y que en cierta ocasión llegó a escucharle interpretar la “Barcarola” de Faure en un nivel que era “superior”.  Fue además un excelente ejecutante en cuanto a música de cámara se refiere. Llegó acompañar a la famosa cantante alemana Lotte Lehmann, como también formar dúos y tríos con Kulenkampff,  Schneiderhan, Fournier, Szeryng, Rostropovich, Ferras y también Yehudi Menuhin, con el cual estuvo asociado en 1970 en ocasión del bicentenario del nacimiento de Beethoven. Con este insigne violinista grabó las 10 sonatas para violín y piano (anteriormente lo había hecho con Schneiderhan).
Wilhelm Kempff también se dedicó a la composición. Dejó varias sinfonías, un concierto para piano y orquesta y también otra para violín, un preludio orquestal en recuerdo de la Batalla de Arminus, con texto de Kleist, una cantata dramática “Destino de Alemania” etc.
En la actualidad existen grandes posibilidades de escuchar a Kempff debido a la gran cantidad de grabaciones que nos dejó. De todas maneras, en otros aspectos masivos de comunicación, como ser los vídeos, DVD y las publicaciones musicales – pianísticas, en forma inexplicable se habla muy poco de él, otorgándose mayor mención a otros pianistas que quizás no han estado a su nivel. El tiempo va tener que corregir esta injusticia.
 Falleció el 23 de Mayo de 1991 en Positano, Italia.
Sonata Claro de Luna de Beethoven, movimiento 1
Sonata Claro de Luna de Beethoven, movimiento 2
Sonata Claro de Luna de Beethoven, movimiento 3

jueves, 12 de enero de 2012

Alexis Weissenberg


El pianista búlgaro Alexis Weissenberg, nació en Sofía en 1929, donde, animado por su madre, también pianista, recibió clases desde los 3 años de Pantcho Vladigerov, pero la ocupación de Bulgaria por las tropas alemanas obligó a la familia a huir. Después de un infructuoso intento, que pagaron con tres meses en un campo de concentración, un oficial les ayudó a escapar y acabaron en Palestina, donde tuvo como profesor a Schröder, discípulo a su vez de Arthur Schnabel, una autoridad en el repertorio alemán.
Con 14 años interpretó en Jerusalén el concierto número 3 de Beethoven junto a la Orquesta de la Radio de esa ciudad, para luego lograr el puesto de solista en la Orquesta Filarmónica de Israel, donde tuvo como director a Leonard Bernstein.
En 1946, con 17 años, se trasladó a Nueva York, donde su aprendizaje con Vladigerov le abrió las puertas de la Juilliard School para seguir su formación. Allí tomó clases de Olga Samaroff y Rosina Lhevinn y composición de Persichetti.
Con 18 años ganó el Concurso Internacional Leventritt 1947 y poco después debutó en el Carnegie Hall con el concierto número 3 de Rachmaninov, acompañado de la Orquesta Filarmónica de Nueva York bajo la dirección de Georges Szell.
A partir de aquel momento despegó su carrera internacional, con giras por América, Israel y Europa, dirigido por los mejores, de Steinberg a Celibidache pasando por Maazel, Abbado, Argenta, Ozawa, Bernstein, Petré o Karajan.
En 1956, con 27 años, decidió tomarse un largo periodo sabático para dedicarse al estudio y a la enseñanza y diez años después retomó su carrera con un concierto en París.
Su repertorio incluyó a Beethoven, Brahms, Debussy, Schumann, Tchaikovsky y brilló especialmente con Listz, Chopin y Rachmaninov, aunque al que él admiraba por encima de todos era a Bach
El gran Herbert von Karajan dijo de él que era uno de los mejores pianistas de nuestro tiempo.
Falleció el pasado 8 de enero de 2012.

Concierto nº 2 de Rachmaninoff,



viernes, 6 de enero de 2012

Michael Andreas Haeringer

Verdaderamente estamos ante el nacimiento de un genio mundial de la música.
Michael Andreas Haeringer nació en Barcelona en 2001, aunque sus padres son de origen alemán, es descendiente de dos músicos legendarios del siglo XIX: el pianista y compositor húngaro Franz Liszt y la pianista alemana Sofia Menter. Los genes, parecen que le han sido propicios, de ahí viene su talento.
Michael tiene tres pianos en casa (el de cola, el de pared y el de cola electrónica), toca de vez en cuando el violín y está interesado en las biografías de músicos más que en los cuentos infantiles. ¿Cuáles son sus compositores preferidos? "Liszt, Beethoven y Chopin", contesta al segundo sin pensárselo. "Me gustan porque son románticos. Yo quiero ser como ellos".
Con cuatro años le pidió a su madre poder tocar el piano como hacía su profesora en sus lecciones de canto. Se apuntó a unas clases y en un año ya había completado el ciclo que la mayoría hace en cuatro. Hoy se pone la pajarita al cuello y da conciertos por España: Madrid, Murcia, Málaga... Vienen solos. No los buscan. Con público de hasta 1.500 personas. También compone obras: ya tiene nueve. "Las melodías me salen de pronto. Toco la pieza una vez y rápidamente la escribo", asegura como si nada. Su madre matiza el comentario: "Antes de empezar a tocar está en su mundo, en sus pensamientos. Luego, los dedos lo hacen todo. Es innato". Sus profesores no salen de su asombro.
Sus amigos del cole le aplauden cuando toca el piano. Le gusta ver la televisión y pasar ratos muertos con los clásicos Playmobil y los Gormiti, unos superhéroes de una serie de dibujos animados. Ah, y dice que lo que más le atrae del cole son "las pausas y jugar al fútbol". De todo eso, se queda sin dudarlo ni un momento con el piano y la música clásica. Y si acaso, alguna canción de Elton John. ¿La música clásica? Sí. Su madre, Hanna, tampoco se lo explica. A ella siempre le ha gustado el jazz y el reggae.

Habrá que seguir su meteórica trayectoria, sin duda nuestro Lang Lang español dará mucho que hablar y disfrutar a todos los que tengamos la suerte de escuchar sus actuaciones.


Además cantando
Reportaje de TVE
Vals nº 2 de Chopin Opus 69
Concierto para piano y orquesta de Re Mayor de Haynd


domingo, 1 de enero de 2012

Aimi Kobayashi

Aimi Kobayashi nació en Ube, Yamaguchi (Japón) el 23 de septiembre de 1995 , y es una de las futuras promesas pianísticas actuales. Comenzó a estudiar piano a la edad de 3 años, demostrando una sensibilidad innata, a pesar de su corta edad, y con tan sólo 7 años debuta como solista con la Orquesta Sinfónica de Kyushu interpretando el Concierto de Mozart para piano no. 26 "Coronación". 
Puede que existan en el mundo muchos pianistas precoces capaces de tocar conciertos de Mozart con marcada precisión, pero rara vez se les ha escuchado interpretandolos tan musicalmente, incluso mejor que algunos profesionales. La madurez musical de Aimi es el aspecto más destacable de sus actuaciones y lo que la hace ser una verdadero genio.
Desde los 8 años recibe clases de piano de la prestigiosa profesora japonesa Yuko Ninomiya.
En su corta carrera ha ganado numerosos premios tanto nacionales como internacionales, entre ellos tres Yamaguchi "Premio de Cultura Gloria" y el pasaporte especial Chopin por parte del gobierno de Polonia.
Ha actuado en Francia, Brasil, Polonia, Rusia, Corea del Sur, Estados Unidos y Japón, incluyendo la Salle Cortot (París), Sala Svetlanov (Moscú), Suntory Hall (Japón), y las tres salas del Carnegie Hall Complejo (Nueva York).
La AADGT (Asociación Americana para el Desarrollo de los Dotados y Talentosos), con sede en Nueva York y sin ánimo de lucro, ha apoyado Aimi durante muchos años.
En 2010, lanzó su primer CD / DVD "Passion" producido por EMI Classics Japón.
En 2011, debutó como actriz en la película japonesa "Sleep" dirigida por Katsumi Sakaguchi.
Sonatina de Clementi, OP 36. ¡¡¡con tan sólo 4 años!!!
Concierto nº 2 de Chopin Parte 1 ¡¡¡con 13 años!!!
Concierto nº 2 de Chopin Parte 2 ¡¡¡con 13 años!!!